miércoles, 2 de mayo de 2007

Camping Timnay - Alto Atlas, 3 de 3

QUINTA JORNADA

Camping Timnay – Alto Atlas

11 de abril

(3 de 3)

(La parada junto a la acequia)

En las cercanías de Tagoudit, a 1986 metros de altura, paran a refrescarse en una acequia, comprobando de nuevo que en el país alauita los mejores momentos son siempre inesperados: de la acequia sube un delicado y familiar olor a hierbabuena. Recorren un valle paralelo a las grandes montañas del Atlas, aun cubiertas de nieve. Un riachuelo discurre verdeando las orillas. Sobre las laderas ocres crecen dispersos los enebros.

Mientras los viajeros se dispersan saboreando el panorama, una joven se acerca a La Bestia, donde espera Políglota. Viste una chilaba verde con encajes de hilo dorado, los pliegues recogidos en un grueso cinturón, un gorro negro en el pelo, sus movimientos son cautos y tímidos. Extraña y elegante aparición en el silencio del valle, una adolescente bereber que parece surgir de entre las piedras y fundirse a los pocos minutos en el paisaje. Sus grandes ojos interrogan lo que su incomprensible dialecto bereber no es capaz de preguntar.

A partir de aquí la pista empieza a subir, y se alcanzan alturas considerables como los 2260 m de Agoudim y los 2302 m de Anemzi, para bajar a los 1910 m de Anefgou. Cuando toda dificultad parecía superada, los viajeros vuelven a encontrarse con el viejo Murphy. El río se ha llevado la pista, la Bestia ha de llevarse el río. El viajero negro gana aquí su sobrenombre, geografópata: va anunciando los vados que los viajeros tendrían de cruzar. Sólo que hay diez no señalados en el mapa por cada uno de los que acierta.

El viajero Intimista sale de su letargo invernal para dirigir las rodaduras de la Bestia, buscando los pasos libres de piedras y de menor profundidad. Azul toma fotografías, Verde domina los impulsos de la Bestia. Los viajeros tienen la impresión de ser de los primeros en atravesar el Atlas este año, al menos vadeando el cauce de un río. Y eso les llena de orgullo.

La Bestia se cubre del agua cenagosa de río. La corriente turbia puede ocultar rocas o profundos hondones que pongan en peligro la integridad del vehículo. Pero esa sensación de riesgo no puede mitigar la profunda impresión de belleza que trasmite el paisaje, de inmenso sosiego y aislamiento. Las paredes del profundo cañón por donde discurre el río están cubiertas de cedros, que se acercan enormes hasta las orillas. Nos movemos lentamente hacia el oeste, el sol del atardecer cae sobre el valle, cegando a los viajeros. En algunos recodos, el desfiladero se estrecha y los gigantescos cedros parecen abatirse sobre nosotros. Algunos árboles muertos amenazan con desplomarse en el río.

(Vadeando el río)

De pronto la pista abandona el río, y empieza a elevarse metro a metro. En un descanso son alcanzados por un grupo de 4x4 que realiza la misma ruta. En cada aldea se detienen a repartir ropa usada, turismo de aventura caritativa muy encomiable; gente buena, a diferencia de los viajeros de colores, centrados en sí mismos, embebidos de su experiencia. Los peregrinos solidarios se entretienen más de la cuenta con los innumerables niños y niñas bereberes y les tomamos nuevamente la delantera.

A unos 2600 m de altura, cae la noche del Atlas y los viajeros han de acampar. Los compañeros de ruta no paran y siguen hasta Imilchil. En la noche ven sus lejanos faros escalando las empinadas pistas, colgados del aire.

Un aguacero acelera la prisa en la penumbra de la montaña. Los iglúes quedan sujetos a la ligera pendiente tras clavar las piquetas y tensar los vientos. El viento hace difícil encender el hornillo de gas. Políglota cocina la cena con el esmero del mejor chef. Espirales a la carbonara de sobre, cerveza y algo de ibérico con pan a la leña. Un lujo para estos perdidos parajes. Sus compañeros de viaje celebran el plato caliente con entusiasmo. La noche les cubre y el teatro de sombras cambiantes se representaba más allá de la linterna colocada sobre la mesa plegable. Embozados en sus polares hasta las orejas, los viajeros comen, brindan e hacen confesiones a la luz de las titilantes estrellas. Intimista cuenta su secreto. El resto de la tripulación, como una piña, le ofrece su empatía y consideración. Pero cada uno es dueño de su culpa y solo uno debe darse el perdón.

Ahora la noche se cierra, la humedad va calando cada uno de los huesos de los expedicionarios y movidos por una fuerza que se apodera del ambiente, recogen sus trastos y se acodan en la espesura de su saco de dormir. Lo que pensaron allí, en la intimidad del calor, solo ellos lo saben y no quisieron contarlo ni mencionarlo durante el resto del viaje, hasta que arribaron a la Perla del Sur, Marrakech. La noche trajo consigo un sueño reparador.

No para todos. El viajero Azul, haciendo gala de su merecido sobrenombre, no concilia el sueño y abandona la tienda procurando no despertar a su compañero de iglú. Son las 3 de la mañana. Al salir de la tienda se sumerge en un paisaje lunar. Las lenguas de nieve reflejan la metálica luz de la luna llena, un resplandor azulado que proyecta su sombra nítida sobre el suelo y perfila con detalle el relieve de las montañas. En ese eléctrico silencio, inmóvil como una estatua de sal fosforescente, puede escuchar el aleteo del sobretecho en el viento frío de la noche, la respiración pausada de los durmientes, el murmullo de los regatos del deshielo. Imposible dormir ante aquella fantasmagórica belleza.

¿Por la izquierda o a la derecha de la piedra?


Próxima entrega: lunes, 7 de mayo de 2007

lunes, 23 de abril de 2007

Camping Timnay - Alto Atlas, 2 de 3

QUINTA JORNADA

Camping Timnay – Alto Atlas

11 de abril

(2 de 3)

(Los enebros del Atlas en las cercanías de Jaffar)

Antes de iniciar la bajada a lomos de La Bestia, el viajero Azul tiene el privilegio de caminar a solas por la pedregosa pista que, pegada a la pared de roca, descenderá bruscamente hasta la base del circo. Los enebros turíferos se retuercen contra un horizonte agreste y nevado. Algunos cedros secos parecen aferrados con sus raíces como garras a las laderas que se desmoronan, gigantes petrificados que aun muertos impresionan por su fortaleza.

El solitario paseo, la inmensidad de montañas que ascienden a más de 3500 metros bajo un cielo nublado, se interrumpe por la presencia de unos niños que suben trepando como gacelas, descalzos y veloces, a su encuentro. Los cuatro, tres niñas y un niño, llevan pañuelos coloreados en la cabeza; ellas recogen los pliegues de sus faldas de distintos tonos de azul en el cinturón, para permitir más movilidad a sus ágiles piernas. Tienen las manos enrojecidas de henna, como recién sacadas de un cubo de sangre. La mayor de las niñas viste una túnica añil brillante, con bordados blancos en el pecho. Impresiona su sería dignidad, un sereno orgullo en los alargados rostros bereberes de estos niños, auténticos señores del circo de Jaffar. Se ofrecen a retirar los peñascos que dificultan el paso, nos ofrecen te y su casa hablando un francés mestizo. Con enorme tenacidad, piden dinero, comida, ropa, caramelos ("bombom"), e incluso medicamentos (“aspirin pour mamma”). Vencido por su persistencia, azul vuelve sobre sus pasos acompañado por la patrulla de la montaña. Informa al resto de viajeros de las malas condiciones de la pista que desciende por la pared del circo, pedregosa y estrecha. Aun así la decisión esta tomada: ni un paso atrás, Verde tiene un plan. El plan que, aunque aun no lo saben, hará de esta etapa la más intensa y hermosa del viaje.


(Hacia e,l fondo de Jaffar)

La última cuesta hacia abajo, hacia el fondo del circo, es recordada con ambivalencia por el viajero Negro. Rojo e Insomne Azul se apean del 4x4 para indicar el camino más seguro, pues la pista es muy irregular y los bajos de la Bestia podrían arrastrarse por rocas de un tamaño inquietante. La ambivalencia reside en que, por un lado, el viajero Negro había de guiar al Políglota indicándole cuando disminuía a menos de cincuenta centímetros la distancia al abismo de cien metros de caída, lo cual, obviamente, es para hacer temer al más valiente. Por el otro lado, como no, la ambición del riesgo y el peligro superado.

Previamente, Verde Políglota y Azul Insomne vacían la Jerrycan, el depósito auxiliar de diesel, en el estómago de la Bestia. Veinte litros de energía repostados en la ahora tan lejana gasolinera ceutí. Pero la Bestia precisa de tracción a las cuatro ruedas, manejar con la reductora y marchas cortas, lo cual consume más carburante del habitual.

Políglota apunta ahora un nuevo riesgo. No está seguro de llegar sobrado a Tounfite, el siguiente pueblo donde cree que se puede repostar. Los viajeros reunidos en cónclave de riesgo acuerdan seguir adelante. El peligro es asumible. En el peor de los casos, una caminata al pueblo con un bidón de gasolina sería lo peor que podría pasar. Intimista solo despierta de su letargo con el peligro. Da gusto verlo apasionado y convence a los demás de asumir el riesgo. Ojala su actitud fuese igual el resto del día, piensa Verde.

Azul avisa atento de cada peligro en cada curva, cada bache o vadeo. Hace ponderar el riesgo y no tomarlo a broma. Cada uno se comporta en el viaje tal cómo es. Imposible ocultarse ante tanto contratiempo, tanta improvisación, tantas horas de viaje. Un poco de prudencia no viene mal, piensa Verde. Un poco de insensatez es indispensable, piensa Azul. Soy feliz, piensa Negro. ¿Qué pensará Rojo?

Los viajeros no quieren volver por el mismo camino e, informados por los habitantes beréberes del circo de que la pista c’est bon, deciden hacer la gran travesía hasta Imilchil recorriendo las inciertas pistas del Atlas. Los primeros kilómetros parecen cosa de niños al ser comparados con lo anterior: se hacen a buena media mientras se escucha a Rick Wakeman, con diversidad de opiniones. Llega el momento de comer, y lo hacen a la sombra de grandes pinos y con la compañía de dos chavales que comen a grandes puñados los frutos secos de los viajeros. Cordial compañía en aquellas soledades. Pastorean rebaños de ovejas de cara negra que nos miran ceñudas al pasar.

(Verde, Rojo y Azul al pie del Atlas)

Próxima Entrega: Miércoles, 2 de mayo de 2007


lunes, 16 de abril de 2007

Camping Timnay - Alto Atlas, 1 de 3

QUINTA JORNADA

Camping Timnay – Alto Atlas

11 de abril

(1 de 3)

(El Alto Atlas, camino del circo de Jaffar)

Negro recordará este día como en el más aventurero de su vida. Lo calificará de irrepetible y magnífico.

La jornada comienza con la búsqueda de la pista más adecuada para hollar el Circo de Jaffar, lugar al que ya había intentado ascender el viajero verde en pretéritas ocasiones, y al que, por diversas circunstancias, le había sido imposible llegar.

Antes de encarar el Atlas, cruzan llanuras cubiertas de artemisa y matorrales de flores amarillas. Las montañas escoltan la ruta, como una muralla coronada de nieve. Al pie de la cordillera, unas estacas blancas hacen las veces de porterías en un campo de fútbol sin límites.

Camino de Jaffar jalonan la pista poblados agrícolas y cultivos a ambos lados de uno de los ríos de deshielo que se forman en el Alto Atlas. Tras un llano cubierto de cereal se divisa una jaima de piel de cabra. De ella salen corriendo a nuestro encuentro los cuatro niños de la familia que la habita. Verde reconoce sus caras de otro año que estuvo por aquí. Cómo han crecido, piensa. Se alegra de verlos, en esta ocasión con zapatos. Los viajeros intentan alegrarles el día con unas golosinas y siguen su camino, perseguidos por un perro amarillo que ladra furioso a las ruedas de La Bestia. El viajero azul percibe en el rostro de la niña más pequeña una avidez, una urgencia desconocidas. Los hermanos mayores muestran las caras alargadas y dignas de los bereberes.

Unos cientos de metros y enfilan el cañón de un río, ahora seco. La erosión del agua les regala un nuevo y bello paisaje. Se impone una parada en lo alto de la hendidura. Los viajeros se separan. Sin haberlo premeditado cada uno se ensimisma atraído por una extraña fuerza que emana del paisaje. Verde Políglota saca su cuaderno de anotar la vida y escribe dejándose llevar por el subconsciente:

“Fósiles, imagen, melancolía, recuerdos que se juntan para formar una amalgama de sensaciones que servirán para soportar el tedio en la temporada de fríos. Imagen de antiguos compañeros de viaje acuden a la memoria ante este paisaje sobrecogedor que sirve de alimento al alma”

Camino del Circo de Jaffar,
cañón de un río seco del Atlas.


(El cañón)


Y sabe que sólo tendrá que leer esas líneas para evocar ese paisaje grandioso, ese momento de vida. Y tiene la sensación de que las palabras se agarran al cuaderno dibujando el espectáculo en su retina mejor de cómo lo haría una cámara digital con todos sus megapixeles.

La imagen y la memoria no son la misma cosa, transitan por distintas sendas, no se solapan ni sustituyen. Una fotografía es una imagen-objeto, como lo es una piedra, un trozo de madera, una piña, o un puñado de arena que el viajero guarda en su mochila. Las magdalenas del recuerdo. La memoria está tan atravesada por la experiencia y la historia personal, por la resignificación de lo acontecido, que en nada serán similares los recuerdos evocados a la anécdota que los hicieran posibles. Eso pensará más tarde el viajero azul. Ahora, en el cañón, junto a sus paredes escaladas por enebros retorcidos, Azul observa a sus compañeros empequeñecidos en la distancia y magnitud del paisaje, bajo un cielo de atlantes. Una corriente de simpatía le hace sentirse profundamente en paz.

Los viajeros se encuentran ahora en la necesidad de atravesar el cañón. La pista correcta baja hacia su interior. Deciden bajar por ella, lo cual no resulta difícil. Verde recuerda que la vez anterior intentó llegar al circo remontando el lecho seco del barranco, y que hubo de desistir para continuar andando debido a la angostura del camino. Al ir bajando, divisan una pista que el compañero políglota no pudo ver el año anterior; pero esta pista pedregosa sale del barranco con una pronunciada pendiente, que da vértigo con sólo mirarla.

Al fin, los viajeros deciden reconocerla a pie; parece viable, pero no sin riesgo. El viajero políglota y la Bestia salen airosos del mal trago, pero, aunque el todo-terreno no hable, el viajero sí; a los días confesó que no se sintió con más miedo sobre la Bestia que subiendo esa cuesta, en la que el mundo entero, y no solo las piedras, vibraban bajo las poderosas ruedas, perdiendo tracción a cada momento. Los guardianes de Jaffar solo dejan pasar a los que tengan el brío suficiente para superar la dura prueba de valor.

Arriba se encuentran con una pareja de compatriotas que intentan alcanzar Jaffar para acceder a la ascensión del Jbel Ayachi, de 3737 m. Vienen desde otro poblado, camino mucho más largo y más seguro, menos emocionante. Junto a ellos y en dos intentos, se logra llegar al paisaje espléndido del Circo de Jaffar.
(Llegando al circo)

Próxima entrega: Lunes, 23 de Abril de 2007

lunes, 9 de abril de 2007

Imouzzer du Kandar - Timnay , 2 de 2

CUARTA JORNADA

10 de abril

(2 de 2)


(Un anciano bereber nos indica el camino)

En una de las múltiples reconfirmaciones que se hacen necesarias para encontrar el camino correcto, un bereber viejo nos interpela en su idioma, llevándose sonriente las manos a su cara y comparando los rasgos con el del viajero copiloto, el llamado Insomne. Verde realiza la traducción simultánea: “Que dice que te pareces a su tía”. No tienen muy claro los viajeros si la carcajada está bien vista en estas ocasiones en el Atlas medio. El ingenio del viajero Verde, su capacidad para interpretar los gestos de los habitantes del Atlas y para comunicarse con ellos en una mezcla de español y francés imposible, le harán merecedor del sobrenombre de El Políglota. Azul, el viajero con desconocidos ascendentes bereberes, queda encantado con la cordial hospitalidad del arrugado anciano, hospitalidad que será la norma entre los habitantes del Atlas.

Después del lago, la ruta deriva por el este hacia la carretera nacional, que abandonaron en Azrou y les conducirá hacia sus siguientes objetivos. Pasan por notables alturas, en torno a los 2150 m, lo que les permite jugar como colegiales en la nieve. Amplios neveros que jalonan la carretera de montaña a su paso. Reductos de las últimas nieves caídas hace poco menos de un mes.

(Nieve en el Atlas Medio)

Los cedros se amontonan en las laderas; algunos muestran un número pintado en la base del tronco. Por la carretera transitan viejos camiones cargados de troncos. Itzer, al sur del puerto del Zad, es un pueblo de montaña, situado a 1700 metros, el último antes de tomar el desvío a la carretera nacional.

Las montañas y bosques del Atlas Medio van quedando atrás. El paisaje se hace más vasto y seco. Las retinas de los viajeros quedan impregnadas de verde, cedros y paisajes en equilibrio de luz y color.

A lo lejos divisan “Las Tablas”, a los pies del Atlas. Formaciones rocosas que la erosión caprichosamente ha dado la forma de pirámide truncada. Las diversas densidades de material erosionable son las responsables de la formación de estas magníficas estructuras. Recuerda un paisaje lunar, con el crepúsculo tiñendo de ocre el horizonte y la cordillera de tres miles, con el Jbel Ayachi, más de 3700 metros de montaña, a la cabeza, como colofón del espectáculo.

Por fin los viajeros, ya cansados, abandonan el Atlas Medio. En la llanura que lo separa del Alto Atlas tienen la intención de plantar la tienda en el camping. El cansancio les hace decidirse por dos bungalows, que, a un precio más que módico, les asegura el descanso. Tras la ducha, cenan y se toman un cubata, que les desata la risa y la lengua. La sobremesa es animada, no sólo por el alcohol que usan los viajeros como digestivo y somnífero. A Rojo le viene muy bien.

Verde pide información en la recepción del camping sobre el estado de las pistas que intentarán salvar mañana. El tiempo y las condiciones de la ruta dictarán la veracidad de dichas informaciones.

Sólo un poco de lectura y ya los viajeros caen suavemente en el sueño; salvo Azul, alias insomne, que como es habitual lucha con su vigilia. Aunque la cama es amplia y confortable, el alcohol circula por la sangre y el cansancio ablanda el cuerpo, Azul es incapaz de acallar a su cerebro, empeñado en hurgar en la experiencia del día como un niño inagotable enreda con un palo en un hormiguero.

(Políglota practicando idiomas, con el bereber, no con el burro)

Próxima Entrega: Lunes, 16 de abril de 2007


lunes, 2 de abril de 2007

Imouzzer du Kandar - Timnay , 1 de 2

CUARTA JORNADA

10 de abril

(1 de 2)

(Una moto bajo un cedro del Atlas)

Se levantan temprano los viajeros en la límpida mañana de Imouzzer du Kandar para dirigirse a Azrou.

A medio camino atraviesan Ifrane, población de montaña en la que el Rey de Marruecos pasa sus vacaciones de verano, huyendo del calor sofocante de las ciudades imperiales. Llama la atención un completo ejército de hombres de verde que se reúne a las puertas de uno de los palacios: los jardineros reales. La estación de Ifrane, pulcra e inmaculada, es un lugar donde los ricos de Fez y el séquito real practican los deportes de invierno sobre las nieves que cubren el lugar desde diciembre a marzo. La población es una perla cultivada en medio de los poblachos que la circundan. Un trozo de Suiza verde, limpia y ordenada, que contrasta con el desorden, la improvisación, la vitalidad y la suciedad del entorno urbano.

Sin llegar a entrar en Azrou, los viajeros toman una pista asfaltada que les eleva a los famosos bosques de cedros del Atlas Medio. En un claro, deciden parar la Bestia y desayunar. Calientan leche en el infiernillo y la aderezan con café molido de sobre y unas pastillejas de edulcorante. Las galletas, de fibra, quitan el hambre y regularizan el estómago. Los viajeros se alivian por riguroso orden gastro-cólico.

El lugar es sublime: el cedro es un árbol recio, poderoso, fálico, vertical, verde como lo más verde, de tronco agreste y altura magnífica. Algunos alcanzan más de 50 metros de altura y son varias veces centenarios. Pero no se puede estar solo. Pronto llegan dos mercaderes a vender sus piedras y sus fósiles. Dos vendedores, dos estrategias. Uno es amante de “el que la sigue la consigue”, prototipo del vendedor pesado; el otro, filoasertivo, planta sus reales y nos mira en silencio sin desafío ni esperanza. Nec spe, nec metu. O casi.

Tras kilómetros y kilómetros de curvas de montaña, los viajeros introducen su vehículo por una pista que les lleva al núcleo del bosque. Lo aparcan e inician un paseo de una hora bajo las nervaduras de los cedros.

(Rosa de Alejandría o Peonía)

Caen unas gotas de lluvia mientras ascienden la colina. En la espesura unas peonías de un rojo brillante abren sus carnosos pétalos. Contemplan de cerca a dos miembros de la fauna norteafricana, los macacos de Berbería, y el águila culebrera, éste último compartido con Europa. En las lindes del bosque dos halcones trazan los veloces dibujos de una danza nupcial en el cielo gris. En el silencio de catedral pueden escuchar los gritos de la familia de macacos y el golpeteo de un picapinos. Algunas manchas de nieve brillan entre los árboles: los viajeros se lanzan bolas y chapotean en la nieve cubierta de agujas de cedro. El viajero Azul guarda una piña cónica y fragante de resina que le acompañará el resto del viaje: más adelante, cuando el viaje solo sea un recuerdo en la memoria, su olor le evocará las impresiones de un lejano bosque marroquí.

Más tarde, encuentran el lugar donde nace del río más largo de Marruecos: el Oued L’Oum Rbia, que desembocará en el Atlántico, al sur de Casablanca. Las fuentes son un conjunto de manantiales que rompen la roca de los acantilados calcáreos y se unen para formar una corriente impetuosa. Todo de una belleza plástica salvaje, mitigada por el desarrollo turístico y los puestos donde se cocina cuscús y tadjine a los lados del camino. Atraídos por unas monedas, en la reducida zona donde podemos dejar a la Bestia, se ven más aparcacoches que automóviles. Aun así, pueden apreciarse detalles que no dejan indiferente al viajero Azul: la tenacidad e inventiva que permite construir plataformas de madera y techumbres de paja entre las rocas y los manantiales, y donde se ofrece al viajero una taza de té verde a la menta; la paciencia de unas niñas con pañuelos en la cabeza y alargado rostro berebere que ensartan flores blancas y amarillas para construir collares que venderán a los visitantes.

Sigue la Bestia comiendo el turbio gasoil de octanos marroquíes y excretando kilómetros. Los viajeros paran a comer en un magnífico lago de montaña llamado Aguelmane Azizgna, rodeado de cedros y encinas salvajes. La Bestia conduce a los viajeros hasta la misma orilla del lago. Al fondo, un inmenso roquedo rojizo desemboca sus piedras sobre la hondonada. El paraje es sobrecogedor, con el frío afeitando la barba y el reflejo de la montaña sobre el espejo del lago. Corre un viento que corta, y la Bestia hace de madre amorosa con los viajeros al arroparlos contra ella. A lo lejos, sobre la llanura de hierba que linda con el lago, un grupo de mujeres vestidas con unas túnicas blancas golpean unos panderos de piel mientras marcan los pasos de una danza. El viento impide escuchar el ritmo de la música.

El camino sigue. Los viajeros pierden con frecuencia la orientación, equivocan el camino, a pesar del mapa del señor Michelín y una brújula de mano. Confirman con los niños que encuentran en los caminos o con venerables ancianos que a lomo de sus burros cargan leña, la ruta a seguir. El suelo verde de las montañas está sembrado de rocas blancas que dan el aspecto al paisaje de un gigantesco osario.

(La niña que tejía collares de flores amarillas)

Próxima Entrega: Lunes, 9 de abril de 2007

lunes, 26 de marzo de 2007

Xaouén-Imouzzer du Kandar

TERCERA JORNADA

Xaouén – Imouzzer du Kandar

9 de abril

(Un paisaje primaveral cercano a Fez)


Los viajeros despiertan a las 6:45, hora de Marruecos. Dos de ellos buscan pan por los callejones de la medina, pero todo está cerrado. En una churrería compran unas recias tortas de harina, que son comidas con esfuerzo y riesgo de ahogo mientras saltan dentro de la Bestia sobre la serpenteante y bacheada carretera nacional.

En un bar de carretera en un cruce de caminos, desayunan un café con leche, mientras la parabólica permite ver Al Yassira. La cadena que en Europa lleva el estigma de servir de apoyo al terrorismo islámico se puede ver sin censura alguna y con toda naturalidad en este bar de carretera del Rif. De la pared cuelga un retrato de Mohamed VI y un póster del Real Madrid.

Las carreteras del Rif proporcionan una emboscada digna de Abd – el – Krim. En una de las innumerables curvas, la Bestia se encuentra al enemigo de frente; un añoso Mercedes beige adelantando a un camión. Al viajero que conducía, Negro, aún le parecen imposible tres cosas: cómo cupieron todos los vehículos en tan estrecha carretera; cómo pudo dar el volantazo justo para pasar entre el Mercedes y la cuneta; y, last but not least, cómo tal suceso pudo producirle algo tan inesperado como una erección. Rojo continua adormilado, ajeno al episodio.

Los viajeros inician ahora una conversación sobre las erecciones y su trascendente papel en la historia personal. Bajan al territorio de la adolescencia como si acabaran de cruzar el umbral de la madurez. Continúa la ruta del conocimiento interior.

Llama la atención que las curvas de la carretera que atraviesa el Rif camino de Ketama muestran dos maneras de ganarse la vida. Algunas de ellas se ven copadas por los vendedores de hachís, que se introducen por las ventanillas del coche para ofrecer su mercancía. Otras, están ocupadas por unos curiosos lavacoches: una manguera y un manantial natural es lo único que necesitan para mantener su negocio.

La mítica Ketama se reduce a un conjunto de casuchas, destartalados almacenes y vendedores de hachís que se sorprenden al ver pasar a unos viajeros que no se detienen a comprar su preciado género. En el paisaje se anuncian cambios: el frondoso Rif va dejando lugar a espacios más agrestes, que en nada recuerdan a la suave hospitalidad mediterránea.

Los viajeros se relajan tomando una coca-cola en una gasolinera. Más adelante, paran a comer en la llanura que precede a Fez, a las orillas del Oued Sebou. El viajero Verde toma un embarrado baño en las fangosas orillas del río. El baño desnudo en un río al paso del camino es uno de los placeres que aun ofrece el país. De esos que no cuestan dinero, ni sufren la explotación de los tour-operator. Sólo han de darse dos circunstancias: que la temperatura ambiente haga apetecible el baño, lo cual es fácil que suceda de Mayo a Septiembre, y que el bañista disponga de la sensibilidad necesaria para valorar la fusión con la naturaleza que supone nadar en un río solitario en plena naturaleza. Podría añadirse otra: tolerar sin un gesto que el barro te llegue a las rodillas. La experiencia impone una sensación de frescor unida a libertad que reconforta el alma y pondera los calores de la estación. Negro se pregunta de donde vendrá toda esa agua, el paisaje alrededor es muy árido. Son aguas de deshielo de la cordillera rifeña. Junto al río, plantaciones de habas y macizos de flores amarillas se extienden hasta las colinas del horizonte. Mientras Rojo sestea en la ribera, los viajeros recogen los bártulos y preparan a La Bestia para emprender la marcha rumbo a Fez.

No estaba previsto en el borroso plan de viaje visitar Fez. Los viajeros pretenden huir de la ciudad imperial, de su tráfico europeo, de la contaminación que contrasta con su ánimo, a estas alturas del viaje, relajado y sereno. Desde la carretera que bordea la ciudad, un vistazo a la imponente medina de Fez, a los minaretes de las mezquitas y a las murallas que rodean a la que en algún momento se llamó la Atenas de África. Extraña paradoja la del Islam africano, derivando desde las cumbres de la cultura y el conocimiento a los hábitos del medievo fundamentalista, mientras conserva una fascinante hermosura.

El viaje continúa hacia el sur, buscando las estribaciones del Atlas Medio. Al llegar al Imouzzer du Kandar, los viajeros observan un grupo de viandantes junto a un coche parado en la acera, con las puertas abiertas y un policía husmeando alrededor. Al acercarse, pudieron comprobar que se trataba de un atropello; dibujada en el asfalto se veía una silueta de tiza. Alguien había dibujado unos toscos ojos y una irregular boca al monigote. Dentro del coche una mujer escondía la cara ente las manos.

Los viajeros pernoctan en Imouzzer du Kandar. El Atlas Medio había sido alcanzado, 1350 m de altura. Dos de ellos no tienen paciencia para esperar la hora del agua caliente y se dan una ducha fría. Verde recuerda como de niño se quedaba con su familia en hoteles donde el agua caliente tenía su propia cadencia. Pero hace ya tanto de eso que la incomodidad le trae nostálgicos recuerdos de su pasado infantil.

Ya todos juntos, toman un té en la tumultuosa plaza donde cenarán más tarde. No hay occidentales por las calles. La inmersión es ahora absoluta, por primera vez se siente Azul en tierra extraña. Mientras atardece, pasean por una zona residencial decadente y por el barrio más pobre que los viajeros hayan visto hasta el momento. Las modestas construcciones amenazan una suerte de ruina, una forma de abandono, común en Marruecos. Jardines descuidados y estanques de agua pantanosa junto a las que se puede montar un jamelgo adornado con cintas de colores y hacerse fotografías con la familia.

Una piel de vaca sanguinolenta parece abandonada en mitad de las calles de tierra del mercado.

La cena es abundante, el mejor tadjine de cordero, cocido en la calle al fuego lento de un humeante horno. Unos espetones de carne y arroz, y harira.

La harira es una sopa de legumbres, muy perfumada y espesa, que puede contener pedacitos de carne. Se le añade un poco de limón en el momento de servirla en cuenco de barro. Durante el ramadán, la harira se come acompañada de dátiles o pastas de miel y sirve para romper el ayuno diario, a la caída del sol. En Marruecos, a diferencia de otros países musulmanes, el ramadán se respeta escrupulosamente y es uno de los cinco pilares del Islám, junto con la profesión de fe (sahada), la oración (salat), la limosna legal (zakat) y el peregrinaje a los lugares santos de la Meca (hayy).

El día ha sido duro y a los viajeros les vence el sueño. Mañana les esperan las escarpaduras del Atlas Medio.

(La harira, la sopa de legumbres tradicional para romper el ayuno en el Ramadán)


Próxima Entrega: Lunes, 2 de Abril de 2007

lunes, 19 de marzo de 2007

Sevilla-Xaouén, 3 de 3

SEGUNDA JORNADA

8 de abril

(3 de 3)

(Te a la menta con hierbabuena)

Cubos de agua a un montón de grados, un doloroso pero placentero masaje, un jabón que más parece una bosta, el suelo ardiendo (por Alá, que esté limpio). El viajero Negro es reñido por el dueño del hammán, obligándole a llevar toalla para vestirse. Las bromas relacionadas con la razón de tal bronca hacen que Negro se sienta orgulloso.

Mientras sus compañeros disfrutan de los homoeróticos placeres del hammán (un fornido marroquí les arrastrará por el suelo, les frotará con un estropajo las piernas y la espalda, y les obligará a poner la cara contra los charcos jabonosos ayudándose con las rodillas…), el viajero Azul se adormece en el Hostal Fuenterrabía. Aspira el humo de la grifa que fuma un grupo de músicos bereberes ataviados con la indumentaria apropiada a la folklórica ocasión, y que atacarán su música melopeica con una suerte de indiferencia virtuosa o de trance tóxico. Más tarde, cuando terminen su actuación, los bereberes en sus elegantes trajes blancos comerán un cuscús con pollo en la zona reservada a los viajeros. Paciencia. Si algo tiene la grifa, es que da sueño. Pronto se irán a casa.

Una incursión por los baños comunes resulta desalentadora para Azul: dos letrinas en el restaurante, una de las cuales luce una botella de coca-cola metida en el boquete, inequívoca y amenazadora señal de estar fuera de uso. En el piso de arriba, explora los aseos de las habitaciones: la puerta presuntamente acristalada del baño común carece de vidrios, por lo que podría saludar desde el váter a los huéspedes que pasan. Finalmente descubre una ducha adosada a una habitación al fondo de un pasillo y comunicada con ésta por un enorme agujero en la pared que permitiría el paso de un camello. Con el temor a que aparezcan los inquilinos de la habitación, Azul se ducha veloz y baja a recibir a sus compañeros.

Cuando los viajeros, limpios y relajados del baño en el hammán, llegan al hotel, les espera la primera cena marroquí: harira, cuscús vegetal, tadjine de verdura… Mientras cenan, los músicos bereberes continúan ambientando la escena, ante la mirada atónita de un grupo de excursionistas portugueses, que observan como a cada dos canciones, los rifeños se levantan para fumar grifa.

La portuguesa conocida como “la chica más simpática y atractiva del grupo” mueve el culo en su asiento mientras come cuscús y da palmas al ritmo de la música. El ambiente recuerda un poco, salvando las distancias, a esos grupos de flamenco que en los años sesenta tocaban para las suecas en las playas de Benidorm. Es el Marruecos que no gusta, es el Marruecos plastificado para el turista.

Los músicos son campesinos o trabajadores de las tiendas de ultramarinos de los tres aros. Con las actuaciones se sacan unos dirhams para ayudar a la magra economía familiar. El Marruecos prometido, el que buscan los viajeros, está en la naturaleza, en las casas de barro que mimetizan las montañas, en las aldeas perdidas pobladas de niños y ancianos de mirada inocente, en la brutalidad de la naturaleza en su estado más puro sin que la mano contaminante del hombre le arrebate su virginidad. Ahí se dirigen los viajeros. Al mismo centro del color, la textura (palabra emblemática del viaje, como también lo será “reconfirmar”), los aromas, el frescor de un amanecer en la montaña, el canto de un gallo o el lamento del almuecín desde un lejano minarete llamando a los fieles a la oración con las primeras luces del alba, allí en el lejano Alto Atlas. El hervir de gentes en las calles, los mercados con sus frutas de aspecto desabrido pero sabor verdadero. Las famosas zanahorias del Atlas que pronto el comercio justo pondrá a la venta en el supermercado de El Corte Inglés. Allí se dirigen, dejando de lado lo hortera, la mala copia de lo occidental, las despiadadas leyes del comercio y la industrialización que todo lo puede. El Marruecos que los viajeros buscan es un viaje a la simplicidad y a la vez maravilla de un río sin cercas donde poder bañarse, un campo de amapolas salvaje o la nieve sobre las montañas al paso. Y en esa simplicidad radica la libertad que sienten. La sofisticación conlleva siempre un precio a cuenta del libre albedrío.

Los portugueses (que han comprado en grupo el paquete turístico “Xaouen en 6 horas”: paseo por las tiendas típicas con típico regateo incluido, visita al hammán, cena musical, cama con derecho a ducha común y vistas a españoles en calzoncillos) mantienen una conversación a volumen ibérico mientras los viajeros intentan conciliar el sueño. Al final, mejor o peor, lo consiguen.

El olor penetrante de un porro entre los dedos del dueño del hostal que trajina entre las mesas y el repetido canto de un gallo anunciarán una nueva jornada.

Un bar para turistas en Xaouén

(Próxima Entrega: Lunes 26 de Marzo de 2007)