TERCERA JORNADA
Xaouén – Imouzzer du Kandar
9 de abril
(Un paisaje primaveral cercano a Fez)
Los viajeros despiertan a las 6:45, hora de Marruecos. Dos de ellos buscan pan por los callejones de la medina, pero todo está cerrado. En una churrería compran unas recias tortas de harina, que son comidas con esfuerzo y riesgo de ahogo mientras saltan dentro de la Bestia sobre la serpenteante y bacheada carretera nacional.
En un bar de carretera en un cruce de caminos, desayunan un café con leche, mientras la parabólica permite ver Al Yassira. La cadena que en Europa lleva el estigma de servir de apoyo al terrorismo islámico se puede ver sin censura alguna y con toda naturalidad en este bar de carretera del Rif. De la pared cuelga un retrato de Mohamed VI y un póster del Real Madrid.
Las carreteras del Rif proporcionan una emboscada digna de Abd – el – Krim. En una de las innumerables curvas, la Bestia se encuentra al enemigo de frente; un añoso Mercedes beige adelantando a un camión. Al viajero que conducía, Negro, aún le parecen imposible tres cosas: cómo cupieron todos los vehículos en tan estrecha carretera; cómo pudo dar el volantazo justo para pasar entre el Mercedes y la cuneta; y, last but not least, cómo tal suceso pudo producirle algo tan inesperado como una erección. Rojo continua adormilado, ajeno al episodio.
Los viajeros inician ahora una conversación sobre las erecciones y su trascendente papel en la historia personal. Bajan al territorio de la adolescencia como si acabaran de cruzar el umbral de la madurez. Continúa la ruta del conocimiento interior.
Llama la atención que las curvas de la carretera que atraviesa el Rif camino de Ketama muestran dos maneras de ganarse la vida. Algunas de ellas se ven copadas por los vendedores de hachís, que se introducen por las ventanillas del coche para ofrecer su mercancía. Otras, están ocupadas por unos curiosos lavacoches: una manguera y un manantial natural es lo único que necesitan para mantener su negocio.
La mítica Ketama se reduce a un conjunto de casuchas, destartalados almacenes y vendedores de hachís que se sorprenden al ver pasar a unos viajeros que no se detienen a comprar su preciado género. En el paisaje se anuncian cambios: el frondoso Rif va dejando lugar a espacios más agrestes, que en nada recuerdan a la suave hospitalidad mediterránea.
Los viajeros se relajan tomando una coca-cola en una gasolinera. Más adelante, paran a comer en la llanura que precede a Fez, a las orillas del Oued Sebou. El viajero Verde toma un embarrado baño en las fangosas orillas del río. El baño desnudo en un río al paso del camino es uno de los placeres que aun ofrece el país. De esos que no cuestan dinero, ni sufren la explotación de los tour-operator. Sólo han de darse dos circunstancias: que la temperatura ambiente haga apetecible el baño, lo cual es fácil que suceda de Mayo a Septiembre, y que el bañista disponga de la sensibilidad necesaria para valorar la fusión con la naturaleza que supone nadar en un río solitario en plena naturaleza. Podría añadirse otra: tolerar sin un gesto que el barro te llegue a las rodillas. La experiencia impone una sensación de frescor unida a libertad que reconforta el alma y pondera los calores de la estación. Negro se pregunta de donde vendrá toda esa agua, el paisaje alrededor es muy árido. Son aguas de deshielo de la cordillera rifeña. Junto al río, plantaciones de habas y macizos de flores amarillas se extienden hasta las colinas del horizonte. Mientras Rojo sestea en la ribera, los viajeros recogen los bártulos y preparan a La Bestia para emprender la marcha rumbo a Fez.
No estaba previsto en el borroso plan de viaje visitar Fez. Los viajeros pretenden huir de la ciudad imperial, de su tráfico europeo, de la contaminación que contrasta con su ánimo, a estas alturas del viaje, relajado y sereno. Desde la carretera que bordea la ciudad, un vistazo a la imponente medina de Fez, a los minaretes de las mezquitas y a las murallas que rodean a la que en algún momento se llamó la Atenas de África. Extraña paradoja la del Islam africano, derivando desde las cumbres de la cultura y el conocimiento a los hábitos del medievo fundamentalista, mientras conserva una fascinante hermosura.
El viaje continúa hacia el sur, buscando las estribaciones del Atlas Medio. Al llegar al Imouzzer du Kandar, los viajeros observan un grupo de viandantes junto a un coche parado en la acera, con las puertas abiertas y un policía husmeando alrededor. Al acercarse, pudieron comprobar que se trataba de un atropello; dibujada en el asfalto se veía una silueta de tiza. Alguien había dibujado unos toscos ojos y una irregular boca al monigote. Dentro del coche una mujer escondía la cara ente las manos.
Los viajeros pernoctan en Imouzzer du Kandar. El Atlas Medio había sido alcanzado, 1350 m de altura. Dos de ellos no tienen paciencia para esperar la hora del agua caliente y se dan una ducha fría. Verde recuerda como de niño se quedaba con su familia en hoteles donde el agua caliente tenía su propia cadencia. Pero hace ya tanto de eso que la incomodidad le trae nostálgicos recuerdos de su pasado infantil.
Ya todos juntos, toman un té en la tumultuosa plaza donde cenarán más tarde. No hay occidentales por las calles. La inmersión es ahora absoluta, por primera vez se siente Azul en tierra extraña. Mientras atardece, pasean por una zona residencial decadente y por el barrio más pobre que los viajeros hayan visto hasta el momento. Las modestas construcciones amenazan una suerte de ruina, una forma de abandono, común en Marruecos. Jardines descuidados y estanques de agua pantanosa junto a las que se puede montar un jamelgo adornado con cintas de colores y hacerse fotografías con la familia.
Una piel de vaca sanguinolenta parece abandonada en mitad de las calles de tierra del mercado.
La cena es abundante, el mejor tadjine de cordero, cocido en la calle al fuego lento de un humeante horno. Unos espetones de carne y arroz, y harira.
La harira es una sopa de legumbres, muy perfumada y espesa, que puede contener pedacitos de carne. Se le añade un poco de limón en el momento de servirla en cuenco de barro. Durante el ramadán, la harira se come acompañada de dátiles o pastas de miel y sirve para romper el ayuno diario, a la caída del sol. En Marruecos, a diferencia de otros países musulmanes, el ramadán se respeta escrupulosamente y es uno de los cinco pilares del Islám, junto con la profesión de fe (sahada), la oración (salat), la limosna legal (zakat) y el peregrinaje a los lugares santos de la Meca (hayy).
El día ha sido duro y a los viajeros les vence el sueño. Mañana les esperan las escarpaduras del Atlas Medio.
(La harira, la sopa de legumbres tradicional para romper el ayuno en el Ramadán)
Próxima Entrega: Lunes, 2 de Abril de 2007