miércoles, 2 de mayo de 2007

Camping Timnay - Alto Atlas, 3 de 3

QUINTA JORNADA

Camping Timnay – Alto Atlas

11 de abril

(3 de 3)

(La parada junto a la acequia)

En las cercanías de Tagoudit, a 1986 metros de altura, paran a refrescarse en una acequia, comprobando de nuevo que en el país alauita los mejores momentos son siempre inesperados: de la acequia sube un delicado y familiar olor a hierbabuena. Recorren un valle paralelo a las grandes montañas del Atlas, aun cubiertas de nieve. Un riachuelo discurre verdeando las orillas. Sobre las laderas ocres crecen dispersos los enebros.

Mientras los viajeros se dispersan saboreando el panorama, una joven se acerca a La Bestia, donde espera Políglota. Viste una chilaba verde con encajes de hilo dorado, los pliegues recogidos en un grueso cinturón, un gorro negro en el pelo, sus movimientos son cautos y tímidos. Extraña y elegante aparición en el silencio del valle, una adolescente bereber que parece surgir de entre las piedras y fundirse a los pocos minutos en el paisaje. Sus grandes ojos interrogan lo que su incomprensible dialecto bereber no es capaz de preguntar.

A partir de aquí la pista empieza a subir, y se alcanzan alturas considerables como los 2260 m de Agoudim y los 2302 m de Anemzi, para bajar a los 1910 m de Anefgou. Cuando toda dificultad parecía superada, los viajeros vuelven a encontrarse con el viejo Murphy. El río se ha llevado la pista, la Bestia ha de llevarse el río. El viajero negro gana aquí su sobrenombre, geografópata: va anunciando los vados que los viajeros tendrían de cruzar. Sólo que hay diez no señalados en el mapa por cada uno de los que acierta.

El viajero Intimista sale de su letargo invernal para dirigir las rodaduras de la Bestia, buscando los pasos libres de piedras y de menor profundidad. Azul toma fotografías, Verde domina los impulsos de la Bestia. Los viajeros tienen la impresión de ser de los primeros en atravesar el Atlas este año, al menos vadeando el cauce de un río. Y eso les llena de orgullo.

La Bestia se cubre del agua cenagosa de río. La corriente turbia puede ocultar rocas o profundos hondones que pongan en peligro la integridad del vehículo. Pero esa sensación de riesgo no puede mitigar la profunda impresión de belleza que trasmite el paisaje, de inmenso sosiego y aislamiento. Las paredes del profundo cañón por donde discurre el río están cubiertas de cedros, que se acercan enormes hasta las orillas. Nos movemos lentamente hacia el oeste, el sol del atardecer cae sobre el valle, cegando a los viajeros. En algunos recodos, el desfiladero se estrecha y los gigantescos cedros parecen abatirse sobre nosotros. Algunos árboles muertos amenazan con desplomarse en el río.

(Vadeando el río)

De pronto la pista abandona el río, y empieza a elevarse metro a metro. En un descanso son alcanzados por un grupo de 4x4 que realiza la misma ruta. En cada aldea se detienen a repartir ropa usada, turismo de aventura caritativa muy encomiable; gente buena, a diferencia de los viajeros de colores, centrados en sí mismos, embebidos de su experiencia. Los peregrinos solidarios se entretienen más de la cuenta con los innumerables niños y niñas bereberes y les tomamos nuevamente la delantera.

A unos 2600 m de altura, cae la noche del Atlas y los viajeros han de acampar. Los compañeros de ruta no paran y siguen hasta Imilchil. En la noche ven sus lejanos faros escalando las empinadas pistas, colgados del aire.

Un aguacero acelera la prisa en la penumbra de la montaña. Los iglúes quedan sujetos a la ligera pendiente tras clavar las piquetas y tensar los vientos. El viento hace difícil encender el hornillo de gas. Políglota cocina la cena con el esmero del mejor chef. Espirales a la carbonara de sobre, cerveza y algo de ibérico con pan a la leña. Un lujo para estos perdidos parajes. Sus compañeros de viaje celebran el plato caliente con entusiasmo. La noche les cubre y el teatro de sombras cambiantes se representaba más allá de la linterna colocada sobre la mesa plegable. Embozados en sus polares hasta las orejas, los viajeros comen, brindan e hacen confesiones a la luz de las titilantes estrellas. Intimista cuenta su secreto. El resto de la tripulación, como una piña, le ofrece su empatía y consideración. Pero cada uno es dueño de su culpa y solo uno debe darse el perdón.

Ahora la noche se cierra, la humedad va calando cada uno de los huesos de los expedicionarios y movidos por una fuerza que se apodera del ambiente, recogen sus trastos y se acodan en la espesura de su saco de dormir. Lo que pensaron allí, en la intimidad del calor, solo ellos lo saben y no quisieron contarlo ni mencionarlo durante el resto del viaje, hasta que arribaron a la Perla del Sur, Marrakech. La noche trajo consigo un sueño reparador.

No para todos. El viajero Azul, haciendo gala de su merecido sobrenombre, no concilia el sueño y abandona la tienda procurando no despertar a su compañero de iglú. Son las 3 de la mañana. Al salir de la tienda se sumerge en un paisaje lunar. Las lenguas de nieve reflejan la metálica luz de la luna llena, un resplandor azulado que proyecta su sombra nítida sobre el suelo y perfila con detalle el relieve de las montañas. En ese eléctrico silencio, inmóvil como una estatua de sal fosforescente, puede escuchar el aleteo del sobretecho en el viento frío de la noche, la respiración pausada de los durmientes, el murmullo de los regatos del deshielo. Imposible dormir ante aquella fantasmagórica belleza.

¿Por la izquierda o a la derecha de la piedra?


Próxima entrega: lunes, 7 de mayo de 2007