lunes, 26 de marzo de 2007

Xaouén-Imouzzer du Kandar

TERCERA JORNADA

Xaouén – Imouzzer du Kandar

9 de abril

(Un paisaje primaveral cercano a Fez)


Los viajeros despiertan a las 6:45, hora de Marruecos. Dos de ellos buscan pan por los callejones de la medina, pero todo está cerrado. En una churrería compran unas recias tortas de harina, que son comidas con esfuerzo y riesgo de ahogo mientras saltan dentro de la Bestia sobre la serpenteante y bacheada carretera nacional.

En un bar de carretera en un cruce de caminos, desayunan un café con leche, mientras la parabólica permite ver Al Yassira. La cadena que en Europa lleva el estigma de servir de apoyo al terrorismo islámico se puede ver sin censura alguna y con toda naturalidad en este bar de carretera del Rif. De la pared cuelga un retrato de Mohamed VI y un póster del Real Madrid.

Las carreteras del Rif proporcionan una emboscada digna de Abd – el – Krim. En una de las innumerables curvas, la Bestia se encuentra al enemigo de frente; un añoso Mercedes beige adelantando a un camión. Al viajero que conducía, Negro, aún le parecen imposible tres cosas: cómo cupieron todos los vehículos en tan estrecha carretera; cómo pudo dar el volantazo justo para pasar entre el Mercedes y la cuneta; y, last but not least, cómo tal suceso pudo producirle algo tan inesperado como una erección. Rojo continua adormilado, ajeno al episodio.

Los viajeros inician ahora una conversación sobre las erecciones y su trascendente papel en la historia personal. Bajan al territorio de la adolescencia como si acabaran de cruzar el umbral de la madurez. Continúa la ruta del conocimiento interior.

Llama la atención que las curvas de la carretera que atraviesa el Rif camino de Ketama muestran dos maneras de ganarse la vida. Algunas de ellas se ven copadas por los vendedores de hachís, que se introducen por las ventanillas del coche para ofrecer su mercancía. Otras, están ocupadas por unos curiosos lavacoches: una manguera y un manantial natural es lo único que necesitan para mantener su negocio.

La mítica Ketama se reduce a un conjunto de casuchas, destartalados almacenes y vendedores de hachís que se sorprenden al ver pasar a unos viajeros que no se detienen a comprar su preciado género. En el paisaje se anuncian cambios: el frondoso Rif va dejando lugar a espacios más agrestes, que en nada recuerdan a la suave hospitalidad mediterránea.

Los viajeros se relajan tomando una coca-cola en una gasolinera. Más adelante, paran a comer en la llanura que precede a Fez, a las orillas del Oued Sebou. El viajero Verde toma un embarrado baño en las fangosas orillas del río. El baño desnudo en un río al paso del camino es uno de los placeres que aun ofrece el país. De esos que no cuestan dinero, ni sufren la explotación de los tour-operator. Sólo han de darse dos circunstancias: que la temperatura ambiente haga apetecible el baño, lo cual es fácil que suceda de Mayo a Septiembre, y que el bañista disponga de la sensibilidad necesaria para valorar la fusión con la naturaleza que supone nadar en un río solitario en plena naturaleza. Podría añadirse otra: tolerar sin un gesto que el barro te llegue a las rodillas. La experiencia impone una sensación de frescor unida a libertad que reconforta el alma y pondera los calores de la estación. Negro se pregunta de donde vendrá toda esa agua, el paisaje alrededor es muy árido. Son aguas de deshielo de la cordillera rifeña. Junto al río, plantaciones de habas y macizos de flores amarillas se extienden hasta las colinas del horizonte. Mientras Rojo sestea en la ribera, los viajeros recogen los bártulos y preparan a La Bestia para emprender la marcha rumbo a Fez.

No estaba previsto en el borroso plan de viaje visitar Fez. Los viajeros pretenden huir de la ciudad imperial, de su tráfico europeo, de la contaminación que contrasta con su ánimo, a estas alturas del viaje, relajado y sereno. Desde la carretera que bordea la ciudad, un vistazo a la imponente medina de Fez, a los minaretes de las mezquitas y a las murallas que rodean a la que en algún momento se llamó la Atenas de África. Extraña paradoja la del Islam africano, derivando desde las cumbres de la cultura y el conocimiento a los hábitos del medievo fundamentalista, mientras conserva una fascinante hermosura.

El viaje continúa hacia el sur, buscando las estribaciones del Atlas Medio. Al llegar al Imouzzer du Kandar, los viajeros observan un grupo de viandantes junto a un coche parado en la acera, con las puertas abiertas y un policía husmeando alrededor. Al acercarse, pudieron comprobar que se trataba de un atropello; dibujada en el asfalto se veía una silueta de tiza. Alguien había dibujado unos toscos ojos y una irregular boca al monigote. Dentro del coche una mujer escondía la cara ente las manos.

Los viajeros pernoctan en Imouzzer du Kandar. El Atlas Medio había sido alcanzado, 1350 m de altura. Dos de ellos no tienen paciencia para esperar la hora del agua caliente y se dan una ducha fría. Verde recuerda como de niño se quedaba con su familia en hoteles donde el agua caliente tenía su propia cadencia. Pero hace ya tanto de eso que la incomodidad le trae nostálgicos recuerdos de su pasado infantil.

Ya todos juntos, toman un té en la tumultuosa plaza donde cenarán más tarde. No hay occidentales por las calles. La inmersión es ahora absoluta, por primera vez se siente Azul en tierra extraña. Mientras atardece, pasean por una zona residencial decadente y por el barrio más pobre que los viajeros hayan visto hasta el momento. Las modestas construcciones amenazan una suerte de ruina, una forma de abandono, común en Marruecos. Jardines descuidados y estanques de agua pantanosa junto a las que se puede montar un jamelgo adornado con cintas de colores y hacerse fotografías con la familia.

Una piel de vaca sanguinolenta parece abandonada en mitad de las calles de tierra del mercado.

La cena es abundante, el mejor tadjine de cordero, cocido en la calle al fuego lento de un humeante horno. Unos espetones de carne y arroz, y harira.

La harira es una sopa de legumbres, muy perfumada y espesa, que puede contener pedacitos de carne. Se le añade un poco de limón en el momento de servirla en cuenco de barro. Durante el ramadán, la harira se come acompañada de dátiles o pastas de miel y sirve para romper el ayuno diario, a la caída del sol. En Marruecos, a diferencia de otros países musulmanes, el ramadán se respeta escrupulosamente y es uno de los cinco pilares del Islám, junto con la profesión de fe (sahada), la oración (salat), la limosna legal (zakat) y el peregrinaje a los lugares santos de la Meca (hayy).

El día ha sido duro y a los viajeros les vence el sueño. Mañana les esperan las escarpaduras del Atlas Medio.

(La harira, la sopa de legumbres tradicional para romper el ayuno en el Ramadán)


Próxima Entrega: Lunes, 2 de Abril de 2007

lunes, 19 de marzo de 2007

Sevilla-Xaouén, 3 de 3

SEGUNDA JORNADA

8 de abril

(3 de 3)

(Te a la menta con hierbabuena)

Cubos de agua a un montón de grados, un doloroso pero placentero masaje, un jabón que más parece una bosta, el suelo ardiendo (por Alá, que esté limpio). El viajero Negro es reñido por el dueño del hammán, obligándole a llevar toalla para vestirse. Las bromas relacionadas con la razón de tal bronca hacen que Negro se sienta orgulloso.

Mientras sus compañeros disfrutan de los homoeróticos placeres del hammán (un fornido marroquí les arrastrará por el suelo, les frotará con un estropajo las piernas y la espalda, y les obligará a poner la cara contra los charcos jabonosos ayudándose con las rodillas…), el viajero Azul se adormece en el Hostal Fuenterrabía. Aspira el humo de la grifa que fuma un grupo de músicos bereberes ataviados con la indumentaria apropiada a la folklórica ocasión, y que atacarán su música melopeica con una suerte de indiferencia virtuosa o de trance tóxico. Más tarde, cuando terminen su actuación, los bereberes en sus elegantes trajes blancos comerán un cuscús con pollo en la zona reservada a los viajeros. Paciencia. Si algo tiene la grifa, es que da sueño. Pronto se irán a casa.

Una incursión por los baños comunes resulta desalentadora para Azul: dos letrinas en el restaurante, una de las cuales luce una botella de coca-cola metida en el boquete, inequívoca y amenazadora señal de estar fuera de uso. En el piso de arriba, explora los aseos de las habitaciones: la puerta presuntamente acristalada del baño común carece de vidrios, por lo que podría saludar desde el váter a los huéspedes que pasan. Finalmente descubre una ducha adosada a una habitación al fondo de un pasillo y comunicada con ésta por un enorme agujero en la pared que permitiría el paso de un camello. Con el temor a que aparezcan los inquilinos de la habitación, Azul se ducha veloz y baja a recibir a sus compañeros.

Cuando los viajeros, limpios y relajados del baño en el hammán, llegan al hotel, les espera la primera cena marroquí: harira, cuscús vegetal, tadjine de verdura… Mientras cenan, los músicos bereberes continúan ambientando la escena, ante la mirada atónita de un grupo de excursionistas portugueses, que observan como a cada dos canciones, los rifeños se levantan para fumar grifa.

La portuguesa conocida como “la chica más simpática y atractiva del grupo” mueve el culo en su asiento mientras come cuscús y da palmas al ritmo de la música. El ambiente recuerda un poco, salvando las distancias, a esos grupos de flamenco que en los años sesenta tocaban para las suecas en las playas de Benidorm. Es el Marruecos que no gusta, es el Marruecos plastificado para el turista.

Los músicos son campesinos o trabajadores de las tiendas de ultramarinos de los tres aros. Con las actuaciones se sacan unos dirhams para ayudar a la magra economía familiar. El Marruecos prometido, el que buscan los viajeros, está en la naturaleza, en las casas de barro que mimetizan las montañas, en las aldeas perdidas pobladas de niños y ancianos de mirada inocente, en la brutalidad de la naturaleza en su estado más puro sin que la mano contaminante del hombre le arrebate su virginidad. Ahí se dirigen los viajeros. Al mismo centro del color, la textura (palabra emblemática del viaje, como también lo será “reconfirmar”), los aromas, el frescor de un amanecer en la montaña, el canto de un gallo o el lamento del almuecín desde un lejano minarete llamando a los fieles a la oración con las primeras luces del alba, allí en el lejano Alto Atlas. El hervir de gentes en las calles, los mercados con sus frutas de aspecto desabrido pero sabor verdadero. Las famosas zanahorias del Atlas que pronto el comercio justo pondrá a la venta en el supermercado de El Corte Inglés. Allí se dirigen, dejando de lado lo hortera, la mala copia de lo occidental, las despiadadas leyes del comercio y la industrialización que todo lo puede. El Marruecos que los viajeros buscan es un viaje a la simplicidad y a la vez maravilla de un río sin cercas donde poder bañarse, un campo de amapolas salvaje o la nieve sobre las montañas al paso. Y en esa simplicidad radica la libertad que sienten. La sofisticación conlleva siempre un precio a cuenta del libre albedrío.

Los portugueses (que han comprado en grupo el paquete turístico “Xaouen en 6 horas”: paseo por las tiendas típicas con típico regateo incluido, visita al hammán, cena musical, cama con derecho a ducha común y vistas a españoles en calzoncillos) mantienen una conversación a volumen ibérico mientras los viajeros intentan conciliar el sueño. Al final, mejor o peor, lo consiguen.

El olor penetrante de un porro entre los dedos del dueño del hostal que trajina entre las mesas y el repetido canto de un gallo anunciarán una nueva jornada.

Un bar para turistas en Xaouén

(Próxima Entrega: Lunes 26 de Marzo de 2007)

lunes, 12 de marzo de 2007

Sevilla-Xaouén, 2 de 3

SEGUNDA JORNADA

8 de abril

(2 de 3)

(Xaouen)

Llegan los viajeros a Xaouen o Chechauén, “los cuernos de la montaña”, a media tarde. Fue fundada por unos moros exiliados de Al-Andalus hacia 1300. Su expansión llega con estos moriscos expulsados de Andalucía, que la convierten en ciudad santa. Durante siglos estuvo envuelta en un aura de misterio. Se esconde entre las montañas, trepando por las laderas del Jbel Magu, junto a las plantaciones de hachís.

El hotel que esperaban reservar está en obras. Atraviesan el vestíbulo entre cubos de pintura y sacos de yeso. Desde su terraza, en lo alto de la colina, se observa una espléndida vista de la medina amurallada, encajada entre las montañas y el valle, en posición estratégica inmejorable. Unas piedras pintadas de blanco en la ladera señalan la presencia de un cementerio. Desde aquí, la medina parece configurarse como un laberinto de cubos blancos y azules, acotados por la muralla ocre, un organismo a punto de reventar, de saltar los muros.

(Políglota ejerciendo desde la terraza del hotel)


No fue hasta bien entrado el siglo XIX cuando el primer infiel pisó la ciudad: un intrépido francés, Charles de Foucauld, vestido de judío consiguió pasar una noche en Xaouen en 1882. Siete años más tarde logra entrar en Xaouen Walter Harris, disfrazado de cabileño y poco después el misionero Willian Summers, que fue fatalmente envenenado. La ciudad formaba nominalmente parte del protectorado español desde 1912 pero hubieron de pasar 8 años antes de que las tropas españolas intentaran tomarla a la fuerza tras un duro asedio y una artimaña. El entonces teniente coronel Castro Girona, disfrazado de carbonero (de nuevo otro disfraz) entró en la ciudad en 1920 y negoció con las autoridades. El 15 de octubre de 1920, puso fin a siglos de aislamiento, y la bandera española ondeó sobre la vieja alcazaba de Xaouen.

La ciudad está abarrotada de españoles que hacen su primera parada. En una terraza beberán té verde, muy dulce, con los grandes vasos llenos de hojas de menta. Descansan y escuchan las voces de grupos de viajeros hablando en un irritante castellano lleno de eses. Verde conoce tiempos mejores en los que la ciudad estaba habitada sólo por lugareños y escasos bohemios fumadores de grifa, aficionados a ver la vida pasar. Jipis nostálgicos que únicamente aquí se sentían como en casa. Las leyes del comercio libre acaban con el antiguo encanto de la ciudad, se lamenta.

La nostalgia es el sentimiento favorito del viajero verde y así se lo hace saber a sus compañeros de viaje. La palabra nostalgia la inventó el 22 de junio de 1688, Johannes Hofer, un estudiante de medicina alsaciano, al combinar la palabra nostos (retorno) con la palabra algos (dolor) en su tesis, Dissertatio medica de nostalgia. Describía la enfermedad de los soldados suizos obligados a vivir lejos de sus montañas. Pero el sentimiento es mucho más viejo que el término y ahora acude al corazón del viajero verde al ver la capital del Rif sucumbir al progreso y la globalización.

Junto a los cafés con internet aun quedan ancianos de largas barbas blancas y aguileñas narices, embozados en sus sufridas chilabas de siempre, fieles testigos del tiempo y los cambios. Y no cuesta nada imaginarlos con un rifle en la mano, acechando a los incautos reclutas españoles en el desastre del Barranco del Lobo o de Annual.

Los viajeros acuñan una solución al problema de la falta de alojamiento; el hostal Fuenterrabía ofrece el comedor, con sus gastados pero cómodos asientos corridos, a guisa de camas. A su disposición las duchas y letrinas comunes (ambas impracticables). Los viajeros ultiman los detalles con el responsable del hotel mientras éste se fuma con toda naturalidad un voluminoso petardo. Se fija el precio de la noche con cena incluida en 100 dirhams, menos de 10 euros por barba. La ceniza resbala por su chilaba, el humo es denso y coloca.

Dan un paseo por la medina, donde tienen su primera aproximación a los aromas de Marruecos. Negro piensa: hay especias porque hay malos olores; o hay malos olores como venganza de un shaitán al perfume de las especias. Toman otro agradable té con menta y hierbabuena en el centro de la plaza principal. Verde desaparece con asombrosa desenvoltura por un rato; va a cortarse el pelo a una de las innumerables peluquerías de la medina. Es sin duda una construcción hermosa, de callejones blancos y azules, puertas claveteadas y balcones de forja. Los viajeros hacen el esfuerzo de imaginarla silenciosa y solitaria.

Rojo, Negro y Verde deciden hacer su toilette diaria en el hammán de la ciudad. El viajero Azul, que ya disfrutó de la experiencia tortuosa del hammán en un baño turco jordano, declina la oferta y se ofrece a guardar mochilas y documentos.

(en las calles de Xaouen)

Continuará el próximo lunes 19 de marzo de 2007

lunes, 5 de marzo de 2007

Sevilla-Xaouén, 1 de 3

SEGUNDA JORNADA

8 de abril

(1 de 3)

Los viajeros desayunan media tostada con aceite y un café al sol tempranero de la mañana primaveral, en un bar de Triana. Verde habla del sentimiento religioso, de la espiritualidad hecha arte que se desparramará por las calles en los próximos días. Semana de Pasión, la más importante del año para la ciudad y para todo el barrio, que vivirá la fiesta con un sentir muy hondo. A pesar de lo que pueda verse desde fuera. Jarana y folklore. Azul: los pueblos gustan enredar sus creencias mágicas, con el folklore y la religión, en un gazpacho que tiene más de paganismo fiestero que de fe; la alegre e histriónica celebración de una identidad común basada en tradición y ganas impenitentes de cachondeo.

Verde calla, pero pide con acento a la camarera: niña, ponme un cafelito y media con aseite y ajo, y un vasito de agua, miarma, harme el favó. Y recuerda otros abriles de cera y capirote, de varales y calles angostas, de sentimiento de pueblo hecho tradición.

Montan en la Bestia. La autopista que les lleva con rapidez hacia Algeciras atraviesa el Parque Natural de los Alcornocales, la extensión de alcornoques más grande de Europa. Tras una pequeña demora y unas primeras fotos al personal femenino de apoyo, embarcan en el ferry que les llevará a Ceuta en cuarenta y cinco minutos. Durante la travesía, abandonan a La Bestia en el vientre oscuro del buque. Dejan atrás Gibraltar, enfrente se divisa el monte Hacho. Unos delfines saltan en la bruma del horizonte. La espina del mar salpica las ansias de libertad de los viajeros. Entre los compañeros de travesía, gente de vacaciones.

Al desembarcar en Ceuta, urge llenar las entrañas de La Bestia con gasoil a precio franco. Se reposta el depósito hasta el borde y se cargan veinte litros más en el depósito auxiliar. Sabia precaución, ya que días más tarde este depósito salvará a los viajeros de una buena caminata en busca de combustible en el Circo de Jaffar.

La cercanía de la frontera se hace sentir con un progresivo aumento del barullo y la miseria. Los primeros signos de africanidad son desalentadores. A la derecha de la carretera, un monte pelado, con unas casuchas arracimadas en las laderas. Son los suburbios de Serba, la Ceuta marroquí. Un albañil arranca de una pared costras de cal pintada de rojo y amarillo, restos de una enorme bandera española en el frontal de una casa. Los pedazos se acumulan en el borde de la carretera.

La frontera, piensa el viajero azul, actúa como evidente símbolo de poder: administrativo, policial, coercitivo. En ausencia de instrucciones, los viajeros son abandonados dentro de una fila de automóviles, rodeados de ceutíes de origen marroquí que pretenden por unos euros ayudar al extranjero en los incomprensibles trámites aduaneros. La frontera es una gruesa raya trazada en el suelo: a partir de aquí son otras las reglas, es el antojo de los funcionarios o los policías lo que marca el ritmo y el destino. Caprichosas demoras de papeleo, registros, comprobaciones de pasaportes y de vehículos.

En la espera se hacen los primeros contactos. Un gordo ceutí español, con aspecto de especulador inmobiliario, recomienda un restaurante donde por poco dinero podrán los viajeros hartarse de pescado a la plancha y rodajas de tomate.

Los pasaportes se pierden entre los dedos cenicientos de un guardia fronterizo. Hay cansancio en su rostro y la satisfacción del que por unos minutos se sabe dueño del destino del viajero.

Finalmente y en tiempo record, menos de dos horas, cruzan la frontera. Hoteles y apartamentos en rápida construcción junto a la costa y unos dromedarios pastando como en un escenario de película. Son las primeras imágenes del ansiado Marruecos que impresionan la retina de los viajeros.

Tras los primeros kilómetros, comen, descansan y dan un paseo por los bosques de pinos de las primeras estribaciones del Rif. Atrás quedan las lujosas residenciales de Cabo Negro, que acogen a la escasa pero pujante clase comercial marroquí y a los altos cargos del funcionariado. También los ceutíes adinerados vienen aquí a disfrutar de las ofertas inmobiliarias que no encuentran en la cercana Ceuta y que a precios más altos quedan lejos en el sur andaluz.

Atrás dejan Tetuán, con sus cuatrocientos mil habitantes, dominando el valle del uadi Martil, de murallas almenadas, terrazas, jardines y tristemente famosos ladrones callejeros de poca monta.

La cordillera rifeña, un arco montañoso tendido hacia el Mediterráneo, sorprende al viajero Azul. Se derrumba el tópico de paisajes secos y terrosos. El Rif se despliega como una medialuna verde y agreste.

Hace unos 50 años, Paul Bowles inició de forma similar su expedición rifeña, con el objetivo de grabar y documentar la música bereber, un proyecto financiado por la fundación Rockefeller, y probablemente con el objetivo secundario de fumar la mejor grifa del mundo. Su viaje puede seguirse en “Cabezas verdes, manos azules”. Otro libro de Bowles, “El cielo protector”, acompañará al viajero Rojo. La piel de la Bestia nunca se mostrará tan blanca como mientras devora kilómetros por los valles del Rif.

Continuará el próximo lunes 12 de marzo de 2007